by Paulo | 7 abril 2016 6:00 pm
La emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero como el CO2 se ha incrementado de forma importante desde hace décadas por parte de los países industrializados y seguirá su aumento debido al desarrollo que van alcanzando países de los más poblados de la Tierra. Que esos gases retienen el calor que emite nuestro planeta hacia el espacio y hacen disminuir la protectora capa de ozono que rodea nuestro planeta; y que ello aumenta de manera creciente la insolación de nuestros mares y océanos y que, por tanto, se están modificando las condiciones del hábitat de los seres vivos marinos, es algo muy documentado internacionalmente por la comunidad científica y aceptado por los organismos internacionales.
Ante esta preocupación creciente, Naciones Unidas convocó en 1985 una primera Conferencia Mundial sobre el Clima en Austria y que fue el antecedente, a partir de 1988, del Panel Internacional del Cambio Climático, en el que colaboran desinteresadamente miles de científicos de todo el mundo. Desde entonces lleva emitidos cinco informes de evaluación de la progresión de los efectos de esta problemática a nivel planetario.
“De toda la información se deduce la evidencia de que los cambios se están incontestablemente produciendo y afectando a las especies pesqueras”.
En la misma década de los años 80 el Congreso de EE.UU., a raíz de las discusiones entre los políticos convencidos del cambio climático (generalmente más informados) y los llamados “climaexcépticos” encargó a la USA Environmental Protection Agengy un informe que elaboraron varios grupos de expertos internacionales. El capítulo referido a los mares y la pesca fue coordinado por M.H. Glantz, que editó el documento “Climate Variability, Climate Change and Fisheries”, en el que científicos de diversas regiones del mundo documentaban cambios en pesquerías de todo el planeta ligados a las consecuencias del incremento de las temperaturas, y que se aportaron en 1991 al ya citado Panel IPCC.
En 2009, dada la demanda de información sobre el tema, E.H. Allison y diez investigadores internacionales de pesquerías más recopilaron los efectos que sobre la pesca se estaban detectando ya en 132 economías de todos los continentes, concluyendo en el documento “Vulnerability of National Economies of the Impact of Climate Change on Fisheries” que los países más negativamente afectados a nivel mundial serían los más pobres, debido a su menor capacidad de adaptación.
El prestigioso científico británico Keith Brander publicó un magnífico documento en 2007 en el Journal of Marine Systems titulado “Impacts of climate change on fisheries” en el que analiza informaciones de 109 artículos de investigadores internacionales sobre el tema. En el mismo explica la influencia que sobre la ecología y la biología de las especies marinas tiene el incremento de las temperaturas, como en la fisiología, la reproducción, los reclutamientos, el crecimiento, la distribución, las migraciones, la disponibilidad de alimento de las larvas (plancton), etc.
“¿Veremos Fgc y Bgc donde “gc” sería “global change” a los que corresponderían TACs más reducidos?”
En 2012, FAO publicó un completísimo informe en su serie Documentos Técnicos de Pesca y de Acuicultura, bajo el título “Consecuencias del cambio climático para la pesca y la acuicultura”. Analiza en profundidad las evidencias y las repercusiones de esta problemática tras una reunión internacional a la que acudieron en su sede de Roma las organizaciones internacionales marinas y expertos de todo el mundo. Y, por supuesto, en las sucesivas reuniones del IPPC se presentaron los informes en los se incluía el correspondiente capítulo sobre la evolución de los avances en el conocimiento de los efectos del cambio climático en los océanos, en la ecología marina y en las especies pesqueras.
De toda la información se deduce la evidencia de que los cambios se están incontestablemente produciendo y afectando a las especies pesqueras. En el Atlántico nordeste, por ejemplo y descendiendo a lo más próximo, se constatan cambios en la distribución geográfica de especies tan importantes para España como la merluza, la anchoa, o la caballa cuya distribución alcanza latitudes hacia el norte antes desconocidas y lo mismo en grandes migradores. Pero en este breve artículo no es posible describir los cambios detectados y su previsible evolución. No obstante y sin querer ser pesimista, vamos a señalar cómo esta problemática puede, muy probablemente, afectar en un futuro no muy lejano a la gestión de las pesquerías. En unos tiempos, no olvidemos, de poder creciente de las ONGs conservacionistas sobre la opinión pública y sobre las organizaciones internacionales de gestión de las pesquerías.
El más arriba citado Keith Brander lo señalaba ya muy claramente en su artículo al avisar de que ante situaciones inestables y de evolución imprevisible lo prudente debería ser mantener los stocks más robustos, para que los cambios les afecten en menor medida y para que su capacidad de adaptación a las nuevas circunstancias sea mayor. Quiere decir, a efectos prácticos para nuestro sector pesquero, que no sería extraño que de los actuales puntos biológicos objetivos de la gestión, tanto de mortalidad pesquera como de biomasa en la mar (los del RMS o los del 0.1) se pasará a otros más conservacionistas. ¿Veremos Fgc y Bgc donde “gc” sería “global change” a los que corresponderían TACs más reducidos? Sería una nueva vuelta de tuerca invocando el principio de precaución.
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